Reseña de la Instalaciòn “Estar provisorio, Ser descartable” por Nelson Mallach

LO HABITADO / LA ESCALA / LA MUERTE 

(a propósito de “Estar provisorio, Ser descartable” de Verónica Pastuszuk)
La sorprendente instalación de la querida amiga Verónica Pastuszuk, Ser 
descartable, estar  provisorio, versión 2014, resulta ser una invitación secreta a la revisión del origen. Es inevitable pensar, antes que nada, el hecho de que nacimos desnudos. El origen es desnudez. Y si al entrar a Espacio Tuluz lo tenemos olvidado, el recorrido de la instalación es un buen antídoto para revivir esa instancia primaria de nuestra existencia. 
Estamos en la manzana urbana en donde dicen que se diseñaron los planos de la ciudad de La Plata hace 132 años o más. Esto implica que la resonancia de ese estado de cosas en el que la génesis creativa lo abarcó todo (¡crear una ciudad!) todavía perdura, por qué no. Y ahora, una vez más en ese lugar se nos convoca a revisar la escala en relación al hombre, o al menos a la figura del hombre. Cómo suponer previamente que en una sala de una antigua casa de la manzana fundacional de Tolosa pudiera existir un nuevo Continente apenas explorado. ¡Abracadabra!
Primera cuestión. ¿Implica el entrar a una habitación en penumbras encontrarse ante un territorio habitado? Puede que su interior esté desnudo a la percepción. Presuponemos igualmente que uno podría mediante mecanismos varios acceder a pequeñas fragmentaciones de ese espacio y en consecuencia terminaríamos planteando una sobrepoblación de la desnudez, al punto de que los hallazgos resultarían interminables.
La exploradora Verónica Pastuszuk, antes de que pudiera ocurrir ese devenir insaciable, se interpone planteándonos una Geografía. Mar, tierra, madera, aire, cielo, metal y seguramente más y más, componen un mapa en el que lo que puebla borra los perimetrales de una habitación-sala para transformarla en un Continente. Ahí están en un rincón la pala, el pico, los discos y las herramientas de la construcción.
No nos propone su Geografía un mapa que opera en el plano simbólico. Las referencias de este Continente se constituyen en el momento mismo de la observación y rompen la asociación con los mundos previos con los que cargamos al momento de visitar la muestra. De esta manera la instalación cumple su primordial cometido: nos desnuda de referencialidad.
Todo el tiempo la idea gira en torno a la muerte. Hay un hombre, una voz suprema, una especie de doctrina de ese Continente que nos lo hace saber. Esa voz termina diciéndonos que sin la posesión nuestro cerebro está desnudo y, en definitiva, libre. El despojo es el medio de la libertad.
Presenciar despojados es la primera gracia de la propuesta, el regalo hermoso de libertad que nuestra amiga nos tiene preparados a unos pocos, sólo seis elegidos a voluntad, a discreción; seis desconocidos que en plena soledad toman las herramientas de exploración que la sacerdotisa nos entrega y se lanzan a la intemperie de ese mundo que tiene lo que podríamos llamar, para nombrar de alguna manera, países, barrios, ciudades, puertos, bosques, conglomerados urbanos, parques citadinos y por sobre todo ello, seres. No seres como nosotros. Seres descartables. Como nosotros. Descartables. Porque las afirmaciones se diluyen, las diferencias se aminoran, lo pequeño nos incluye y nos interroga. Lo alegre, lo siniestro, lo contemplativo, lo grupal, lo solitario y todo el entramado de posibilidades que los fragmentos proponen por todos lados terminan siendo un muestreo de nuestra propia fugacidad, del fracaso de la existencia atosigada por la posesión. Un mundo estático, que ya no es vital. Una fotografía de lo que somos.
En definitiva, volviendo al origen, la instalación pareciera dar cuenta de una Pastuszuk en plena actividad de descomposición de nuestra individualidad temporal en infinitésimas partes que pareciera que ya no percibimos. Arriesgo un pensamiento: ese Continente no es más que nuestro cuerpo y lo que este lleva adentro. ¡Qué festín!

Nelson Mallach

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